lunes, 4 de noviembre de 2013

El secreto de la elegancia, no tenga pereza léanlo con cariño! 

Firmado por: Marinella Calzona

La elegancia se alimenta del patrimonio interior de la persona, de la capacidad de contemplar lo bello con todas las emociones que esto produce, pero también de la racionalidad que permite una valoración crítica y una búsqueda consecuente.
La persona elegante no es aquella que se viste según un clasicismo establecido, sino aquella que hace suya la novedad, también de moda, con un equilibrio que no la hace “estar a la moda” sino ser absolutamente moderna y rigurosamente elegante.
La elegancia se nutre de la belleza. Es la capacidad de escoger lo estético por sí mismo. Es la voluntad de aquellos objetos que se encuentran más directamente involucrados en la propia esfera vital: la casa, la decoración, el vestido que se lleva. Para llegar a ser elegante es necesario saber reconocer lo que es bello, tener gusto estético; es una cualidad innata que permite percibir la belleza, pero también es una adquisición del espíritu.
No se aprecia lo bello como tal, a primera vista, a no ser que se tenga un gusto muy educado. Sólo la observación, la escucha y la lectura prolongada y silenciosa permiten que las emociones inmediatas tomen consistencia y se conviertan en expresiones de juicio estético. Es por lo que en un museo, o mientras se escucha un concierto, hay silencio lo que facilita el silencio interior del que nace la percepción de la belleza. Es en la propia interioridad donde se forja el gusto estético, la capacidad de apreciación según un código personal y por consiguiente la elección.
Con gran admiración, he escuchado afirmar a un experto que en el campo de la publicidad se va asentando cada vez más la consideración antropológica de la complejidad del ser humano. Digo “con admiración” porque estas opiniones, tan actuales, pertenecen sin embargo al patrimonio de la antropología clásica. Mi interlocutor describía esta complejidad como una casa con dos estancias: la estancia de la emoción y la estancia de la razón. La percepción de lo bello no es sólo emoción, es también juicio 

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