jueves, 23 de enero de 2014

¿Qué es vestirse?












Con la palabra vestido solemos referirnos a la ropa en cuanto vivida por alguien, asumida o hecha a una biografía particular; vestido es ropa apersonada o también, en el sentido rigurosamente literal de la palabra, in-corporada. El mito del hombre invisible, tan frecuente en el cine, es muy ilustrativo a este respecto. Cuando en la pantalla el personaje desaparece por arte de magia a todos nos parece lógico que lo haga vestido. ¿Por qué? Porque entendemos que su atavío forma parte de su visibilidad, lo suponemos integrado en la unidad total de la persona.

Por otro lado los términos “ropa”, “prenda”, “traje”, etc., que se refieren al vestido-objeto considerado aisladamente, no pueden emplearse de modo análogo y gradual: esta chaqueta siempre es la misma chaqueta; puedo usarla o no, pero nada más. En cambio el verbo “vestir”, con su participio “vestido”, se predica en grados e intensidades variadísimos. Según la elegancia del usuario y sus circunstancias una indumentaria “viste” más que otra, y su belleza, autenticidad y significado varían con la vida misma del que lo lleva. En este sentido no es igual de intenso, el vestido de mujer que el de varón, el de fiesta que el de trabajo, el de primavera que el de verano, el de joven que el de anciano, el de noche que el de día, etc. Esta intensidad variable del vestido viene dada por su referencia a la intimidad personal, entendiendo por intimidad la fidelidad a uno mismo o identidad interior.

Vestirse es siempre, en efecto, vestirse de sí, por sí y desde sí. En cambio “ser vestido por otro” no da lugar a un verdadero vestido, como sucede con los animales de compañía y, en cierta medida, con el bebé. También está vestida “por otro” y “de otro” la fashion victim, y en este caso con evidente empobrecimiento ético. Me refiero al sujeto manipulado y gregario que sigue acríticamente los dictados de la moda. En esa misma medida su indumentaria no “le sale de dentro”, no es auténtica, aunque sea excelente su calidad técnica. La esencia del vestido, por tanto, hay de buscarla en esta misteriosa conexión entre ropa e intimidad; en este punto en que la ropa se hace al carácter, la edad, la cultura, la historia, en una palabra, el drama del individuo. Es una compenetración que no puede separarse del temple moral con que se afronta la vida.

Quien se viste no puede evitar hacerlo en función de la persona que cree, o decide, o intenta ser. Es más, vestirse es una forma de llegar a serlo. A través del vestido la persona elegante se saca de dentro una versión cada vez mejor de sí mismo, más auténtica y depurada. El vestido se revela así un verdadero ejercicio de conocimiento propio y de superación interior, aunque también puede degenerar en poderoso instrumento de alienación: “si no vistes como eres acabas siendo como vistes”. Por todo lo cual resulta imprescindible la creatividad personal. Conseguir que el atuendo, el arreglo, el porte externo “hablen” de la intimidad, traduzcan a la persona, es tarea estética de la que nadie puede eximirse. Hay que poner en juego la inventiva, la imaginación, la sensibilidad, en una palabra, el arte. Y el arte de vestirse se llama elegancia. La persona elegante es la que capta el nexo que une su ser y su aparecer, nexo que es necesario reinventar incesantemente, pues la palabra esencial que es el cuerpo nunca acaba de pronunciarse. Intentarlo es la misión del vestido, cuya variación responde al carácter inagotable y excelente de la perso
na. 

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