Una aportación única
En los últimos años hemos sido testigos de la lenta, pero incesante incorporación femenina al mundo laboral. Suecia es el país del mundo occidental con el porcentaje de actividad femenina más elevado: el 75% de las mujeres desempeñan un trabajo fuera de casa. Le siguen Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, Suiza y Dinamarca, con cifras que rodean el 60%. Menor tasa se registra en países como España, Grecia, Italia e Irlanda
Estos datos pueden provocar dos reacciones opuestas. Una primera será la de quien se asuste ante esta “invasión femenina”. Más demanda de trabajo producirá un aumento del nivel de paro, cuyas cifras son de por sí alarmantes. Además, si se tiene en cuenta que las calificaciones académicas de las mujeres tienden a ser mejores que las de los hombres, el mundo masculino podría temer que esta participación acabe por dejarles a ellos de lado, y se inviertan los papeles por primera vez en la historia.
Sin embargo, existe una segunda reacción más cabal que el susto o el temor revanchista ante esta situación. Que las mujeres puedan trabajar no es sólo un bien deseable para ellas y sus bolsillos; sino para todo el conjunto social, empezando por los hombres a quienes complementan. ¿Por qué? Porque ellas tienen algo de lo cual ha carecido la industria desde que Watt la inauguró con la máquina de vapor: su feminidad.
Es cierto que la mujer no siempre se ha logrado insertar en el mundo empresarial con toda la riqueza que le es propia. Se ha convertido en una especie de clon de los hombres adoptando sus mismos patrones y esquemas. Esto ha dejado atrás frustración y desencanto. Hace unos meses, la revista Good Housekeeping, recogía algunas cifras que hablan por sí solas. Dos de cada cinco mujeres entrevistadas confesaban haber sufrido en sus relaciones familiares por falta de tiempo. Tres de cada cuatro decían no tener tiempo para hacer las cosas con la perfección que quisieran. Por otro lado, Mother & Baby Magazine, publicó que el 81% de las mujeres dejarían su trabajo si pudieran. Sólo el 6% de las mujeres con niños pequeños disfrutaban de su trabajo con jornada completa.
¿Significa esto que debamos elegir? O las mujeres viven como tales al estilo de nuestras abuelitas, o se convierten en tiburones de la empresa. ¿”Lady” o empresaria? ¿Es realmente distinta la aportación femenina a la del hombre? ¿En qué se diferencian?
Cada día crece el número de quienes consideran que la mujer puede encontrar el equilibro, y convertirse en profesional sin dejar de ser mujer.
En el libro “Megatendencias de la mujer”, de, Patricia Aburdene y John Naisbitt, (grupo editorial Norma, Colombia, 1993), se puede leer: «Hay una extraña coincidencia entre las descripciones del “gerente del futuro” y el estilo femenino de liderazgo. Los asesores trataron de enseñar a los gerentes a abandonar la modalidad de comando y control. Las mujeres no necesitaron que nadie les enseñara lo que es natural en ellas como franqueza, confianza, capacitación permanente, compasión y comprensión»
Lo mismo dígase de su intuición y practicidad para manejar asuntos organizativos, que ha merecido que en Estados Unidos se comience a hablar de las mujeres como “los nuevos japoneses de la administración”. La mujer está especialmente capacitada para conciliar, integrar, comprometer y coordinar esfuerzos, lo cuál le otorga una cualidad privilegiada para humanizar el mundo de la empresa. Y sobra decir que una empresa más humana, produce mejores resultados.
Las mujeres pueden beneficiar cuanto les rodea con la riqueza aprendida en cada faceta de su vida. A este propósito. Sally Helgesen escribe: «La maternidad comienza a ser reconocida cada vez más como una escuela excelente para gerentes, puesto que exige muchas de las mismas actitudes: saber organizar, establecer un ritmo, equilibrar distintas exigencias, enseñar, orientar, dirigir, manejar conflictos, dar información». (Aburdene, Patricia, Naisbitt John, Op. cit. pp. 46 y 47)
Hasta ahora, muchos movimientos feministas han dicho a la mujer: “Si quieres ascender en la escala social, olvídate de tu familia y actúa como los hombres”. Hoy, quienes defienden y consideran a la mujer, le dicen: “No tienes nada de qué avergonzarte. Sé tu misma y triunfarás, tú, tu familia, y la sociedad entera”.
El siglo XIX abrió las puertas del mundo del trabajo a las mujeres. Ojalá el siglo XXI haga posible la entrada de la mujer al mundo del trabajo, respetando y valorando el tesoro de su ser femenino
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